martes, 29 de enero de 2013

Carta de Jack Kerouac a Allen Ginsberg





Ay Allen, si supieras el mundo hermoso que dejaste atrás tuyo después de aullar. Tu voz me ha despertado de un sueño a otro mejor, donde la dulzura de tus lamentos ilumina mis pasos. Cada uno. Palabras en mano, llenando el vacío inmenso de esta vida efímera y humana. Tan bella como tu mortal experiencia, tu profundo enojo, tu más pura compasión.
Te amo como amo a esta noche estrellada, su cielo abierto sin nada más que ofrecernos que el infinito hecho música.
Palabras, prosa, puro amor, libertad. Serlo únicamente si llego a expresar lo viva que me siento. Si no lo logro es pura ilusión, esta vida. Ficticia. Donde no hago más que divagar, y escuchar, y creer que estoy viva sin estarlo. Esforzándome a crear vida en una poesía aunque mueran mis palabras en un intento vacío y oscuro donde Allen nunca estuvo. El camino, el Dharma, la rueda de plegarias, la rueda de poemas que hace girar el mundo. Que mantiene encendido y en funcionamiento al universo. Todos en una rueda común constante. Solo así es posible. Cada uno con su propia voz. Sincera. Real.
No encuentro nada que sea realmente capaz de cambiar tu alma. Deseo ese poder. Lo deseo.
Espero contenerlo y dejarlo salir algún día. Si esta noche me lo permitiera, de alguna manera, toda la inspiración que generan sus palabras. No puedo dejar de liberar energía con esta tinta que espero que nunca acabe. Realmente. Infinito como este mar, nuestro poder de imaginación. Nunca fuimos tan libres, como cuando pudimos hacer/ser poesía. Nada es tan real como todo lo que puede convertirse en verso.
Todo este mundo. El mío, el único que conozco, nunca fue tan real hasta que su voz musicalizó los rincones más ocultos, y los volvió verdaderos. Libre soy caminándolos, disparándolos, y tocándolos con mis lágrimas de incredulidad. Siempre. Hermoso. Pero a veces olvido. Hoy el mar, siempre el poeta. Hermoso el camino que es vida.
Inmensa noche estrellada fresca como el agua de la mañana. El cielo lejano y ficticio por lo intangible, es fuente de misterio inagotable. Soñar entre sus luces es la belleza de esta vida que durará 12 horas. Mañana renacer junto al sol, la arena en la piel, y caminar por las piedras. Como un niño frente a un árbol por primera vez. Inmensa noche estrellada infinitamente sorprendente. Mis ojos titilan ante su monstruosidad turbia y líquida.


Victor Hugo, pillado "in fraganti"




El 5 de julio de 1845 el gran escritor francés Victor Hugo se llevó el peor susto de su vida cuando llamaron a la puerta. Se hallaba haciendo el amor con una mujer, Leonie D'Aunet de Biard, esposa de Auguste Biard, un pintor de cierto prestigio de la Francia de entonces, y quien llamaba no era un don nadie, sino un comisario de policía que sabía no sólo que estaba dentro, sino con quien estaba. Al comisario le acompañaba el engañado marido. Y como Victor Hugo no quiso abrir, los hombres de la policía procedieron a tirar la puerta abajo. Los encontraron a los dos en paños menores en el lecho de placer, abrazados.

Léonie fue inmediatamente detenida e internada en la cárcel parisina de mujeres de Saint-Lazare, la misma a la que años después iría a pintar Pablo Picasso durante su época azul. Victor Hugo se libró de seguir el mismo destino por su privilegio de inmunidad como par de Francia. El adulterio era, en aquella época, un delito que se castigaba con prisión para las dos partes, al hombre y a la mujer. La noticia tampoco alcanzaría las páginas de los rotativos, pero todo París se enteró del traspiés del presidente de la Academia Francesa de las Letras. Todos menos su esposa, Adéle Foucher, con la que estaba casado desde hacía veintitrés años -era padre de cinco hijos, tres varones y dos muchachas- y su amante oficial, Juliette Drouet, una mujer escultural que sirvió de modelo para la estatua de Lille, en la Plaza de la Concordia de París, y a la que mantenía en una casa alquilada, no muy lejos de la suya, con todos los gastos pagados y sin otra ocupación que esperar a que la visitara.
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CARLOS BERBELL, Los más influyentes amantes de la historia, Rueda, Madrid, 1998, pág. 135

Imagen: Victor Hugo con sus nietos
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Shakespeare.- Hamlet (La muerte de Ofelia)




"Hay un sauce de ramas inclinadas sobre el arroyo

que en el cristal del agua deja ver sus hojas cenicientas.

Con ellas hizo allí guirnaldas caprichosas,

y con ortigas, y margaritas, y esas largas orquídeas

a las que los pastores deslenguados dan un nombre grosero,

pero nuestras doncellas llaman dedos de muerto.

Cuando estaba trepando para colgar su corona de hojas

en las ramas sesgadas, una, envidiosa, se quebró,

cayendo ella y su floral trofeo

al llanto de las aguas. Su vestido se desplegó,

y pudo así flotar un tiempo, tal como la sirenas,

mientras cantaba estrofas de viejos himnos,

como quien es ajeno al propio riesgo,

o igual que la criatura oriunda de ese elemento

líquido. No pasó mucho tiempo

sin que sus ropas, cargadas por el agua embebida,

arrastraran a la infeliz desde sus cánticos

a una muerte de barro."


Final del acto cuarto de Hamlet.-  la reina Gertrudis cuenta a su marido y a Laertes la muerte de Ofelia

Imagen: Jean Simmons como Ofelia en "Hamlet", de Laurence Olivier