jueves, 14 de noviembre de 2013

Isidoro Blastein.- El mago

 
 
"En el principio fue el sustantivo. No había verbos. 
Nadie decía: "Voy a la casa". Decía simplemente: "casa" y la casa venía a él. Nadie decía: "te amo". Decía simplemente: "amor" y uno simplemente amaba.
En el principio fue mejor."
 
Imagen: Kenne Gregoire

Hermann Hesse.- El caminante

 
"¿Dónde dormiré esta noche? ¡Es lo mismo! ¿Qué hace el mundo? ¿Descubre nuevos dioses, nuevas leyes, nuevas libertades? ¡Es lo mismo! Pero que aquí arriba florezca otra primavera de pétalos aterciopelados, que el viento cante entre los álamos, dulce y apetecible, que entre mis ojos y el cielo flote y zumbe una abeja dorada, ¡esto sí que no es lo mismo! Su zumbido entona la canción de la felicidad, tararea la canción de la eternidad. Su canción es mi historia del mundo."


¡Que hermoso es cruzar tales fronteras! El caminante es en muchos aspectos un hombre primitivo, del mismo modo que el nómada es más primitivo que el campesino. Pero vencer el sedentarismo y despreciar las fronteras convierte a la gente de mi clase en postes indicadores del futuro. Si hubiera más personas que sintieran mi profundo desprecio por las fronteras, no habría más guerras ni bloqueos. No existe nada más odioso que las fronteras,nada más estúpido. Son como cañones, como generales: mientras reina el buen sentido, la humanidad y la paz, no nos percatamos de su existencia y sonreímos ante ellas, pero en cuanto estallan la guerra y la demencia, se convierten en importantes y sagradas. ¡Hasta qué punto significan durante los años de guerra tortura y prisión para nosotros los caminantes!¡Que el diablo se las lleve!Dibujo la casa en mi libreta de apuntes, y mis ojos se despiden del tejado alemán, de las viguerías y frontones alemanes, de muchas cosas íntimas y familiares. Una vez más siento un amor intensificado por todo lo patrio, porque se trata de una despedida. Mañana amaré otros tejados, otras cabañas. No dejaré aquí mi corazón, como se dice en las cartas de amor. Oh, no, el corazón lo llevaré conmigo, también lo necesito en las montañas, y a todas horas. Porque soy nómada, no campesino. Soy un amante de la infidelidad, del cambio, dela fantasía. No me seduce encadenar mi amor a una franja de tierra. Todo cuanto amamos sigue siendo sólo un símil para mí. Cuando nuestro amor se detiene y se convierte en fidelidad y virtud, me resultaba sospechoso.
 Imagen: Friedrich.- El caminante sobre un mar de nubes
 

Amanecer (Sunrise).- F.W. Murnau, 1927



Amanecer es una oda visual -y musical-  a la belleza de las pequeñas cosas, al amor por los detalles que no solemos valorar pero  que, al final,  hacen que la vida valga la pena; es la prueba de que una historia de amor en el cine no la crean ni las palabras ni los colores, sino que ésta nace de la calidad interpretativa de los actores y de un director cinematográfico con una mente privilegiada. Esta obra maestra supuso el bautizo de honor de Murnau en el cine americano.

Después de ver Amanecer el resto de idilios cinematográficos, se quedarán en nada y se comprenderá la dificultad que tiene conseguir que una historia repetida hasta la saciedad se aparezca ante el público como la más especial y sincera que jamás se haya observado. La película nos cuenta una historia bien conocida por los espectadores del siglo XXI: un hombre casado, George O´Brien, que vive en el medio rural y que siente una fatal atracción por una mujer de ciuidad, Margaret Livingston. Para lograr estar con ella decidirá asesinar a su esposa, interpretada por la gran Janet Gaynor.

El genial director F.W. Murnau logró con esta película dar un salto de gigante hacia la evolución del lenguaje cinematográfico; prueba de ello son los efectos visuales que incluye en Amanecer, la mayoría inéditos en la historia del cine. La cámara tiene una movilidad magistral, elegante y sobre todo ágil.

El uso de los planos y las secuencias consiguen despertar en el espectador sentimientos contradictorios que le llevan de la risa al llanto en cuestión de segundos. Con todo esto el espectador se siente naturalmente manipulado y partícipe de una historia de amor como si la estuviera observando a través de una mirilla, cómplice de cómo se puede pasar de la alegría a la tragedia en un instante.


Parte de esta producción se debe a la especial confianza que depositó en el director alemán William Fox, quien, conocedor de otras obras de Murnau como Nosferatu, Fausto o El último, le otorgó una libertad de creación poco habitual en Hollywood. Sin embargo, se caería en un grave error si se pensara que Amanecer es tan sólo un excepcional discurso cinematográfico, pues, en otro plano, se encuentra un elaborado y extraordinario acompañamiento musical; de hecho, trata a la película como si fuera una sinfonía. Unidas ambas partes hacen de este melodrama una auténtica fuente de sentimientos audiovisuales en la que todo encaja a la perfección.

Todo lo que compone Amanecer merece destacarse en un lugar de honor, desde el espectacular uso de la fotografía, que logra una absoluta modernidad de la imagen con la capacidad de transmitir la complejidad psicológica de los personajes y sus desequilibrios, hasta la importancia de la espléndida capacidad transmisora de todos y cada uno de los actores, desde la inmejorable Janet Gaynor hasta el cómico barbero metropolitano.