miércoles, 28 de septiembre de 2016

Fragmentos de "La muerte en Venecia" (Thomas Mann)




"Los sentimientos y observaciones del hombre solitario son al mismo tiempo más confusos y más intensos que los de las gentes sociables; sus pensamientos son más graves, más extraños y siempre tienen un matiz de tristeza. Imágenes y sensaciones que se esfumarían fácilmente con una mirada, con una risa, un cambio de opiniones, se aferran fuertemente en el ánimo del solitario, se ahondan en el silencio y se convierten en acontecimientos, aventuras, sentimientos importantes. La soledad engendra lo original, lo atrevido, y lo extraordinariamente bello; la poesía. Pero engendra también lo desagradable, lo inoportuno, absurdo e inadecuado. "

"Otra vez se presentaba a la vista la magnífica perspectiva, la deslumbradora composición de fantásticos edificios que la república mostraba a los ojos asombrados de los navegantes que llegaban a la ciudad; la graciosa magnificencia del palacio y del Puente de los Suspiros, las columnas con santos y leones, la fachada pomposa del fantástico templo, la puerta y el gran reloj, y comprendió entonces que llegar por tierra a Venecia, bajando en la estación, era como entrar a un palacio por la escalera de servicio. Había que llegar, pues, en barco a la más inverosímil de las ciudades. "

"Más tarde, Tadzio estaba tumbado en la arena descansando del baño, envuelto en su sábana, abierta por su hombro derecho, y con la cabeza sobre el brazo desnudo. Aunque Aschenbach no lo miraba, sino que leía unas páginas en su libro, no se olvidaba de que estaba allí y sabía que sólo necesitaba tornar ligeramente la cabeza hacia la derecha para contemplar lo más admirable del mundo. Casi estuvo convencido de que su misión era velar por el muchacho, en lugar de ocuparse en sus propios asuntos. Y un sentimiento paternal, el sentimiento del que se sacrifica en espíritu al culto de lo bello, por aquello que posee belleza, llenaba y conmovía su corazón. "

"Otra vez se detuvo para contemplar el mar. De pronto, como si lo impulsara un recuerdo, bruscamente, hizo girar el busto y miró hacia la orilla por encima del hombro. El que contemplaba estaba allí, sentado en el mismo sitio donde por primera vez la mirada de aquellos ojos de ensueño se había cruzado con la suya. Su cabeza, apoyada en el respaldo de la silla, seguía con ansias los movimientos del caminante. En un instante dado se levantó para encontrar la mirada, pero cayó de bruces, de modo que sus ojos tenían que mirar de abajo arriba, mientras su rostro tomaba la expresión cansada, dulcemente desfallecida, de un adormecimiento profundo. Sin embargo, le parecía que, desde lejos, el pálido y amable mancebo le sonreía y le saludaba. Pasaron unos minutos antes de que acudieran en su auxilio; había caído a un costado de la silla. Lo llevaron a su habitación, y aquel mismo día, el mundo, respetuosamente estremecido, recibió la noticia de su muerte. Aschenbach advirtió con asombro que el muchacho tenía una cabeza perfecta. Su rostro, pálido y preciosamente austero, encuadrado de cabello color de miel; su nariz, recta; su boca, fina, y una expresión de deliciosa serenidad divina, le recordaron los bustos griegos de la época más noble. Y siendo su forma de clásica perfección, había en él un encanto personal tan extraordinario, que el observador podía aceptar la imposibilidad de hallar nada más acabado. (...) Nadie se había atrevido a poner las tijeras en sus hermosos cabellos, que caían en rizos abundantes sobre la frente, sobre las orejas y sobre la espalda. (...) Aschenbach lo veía de medio perfil, sentado, con las piernas extendidas y uno de los pies, con su zapato de charol, sobre el otro; tenía un codo apoyado en el brazo de su asiento de mimbre, la mejilla caída sobre la mano cerrada, en una actitud de elegante indolencia, sin asomo alguno de la rigidez a que parecían habituadas sus hermanas."


Los fragmentos pertenecen a la novela de Thomas Mann "Muerte en Venecia" (1912) una obra en la que se nos relata el drama interior de Gustav Aschenbach, un escritor famoso que sumido en una crisis creativa viaja a Venecia en busca de inspiración. En la ciudad quedará atrapado por la belleza idealizada de un joven llamado Tadzio que le hará replantearse todos sus convencionalismos morales. No hay duda de que "Muerte en Venecia" es una de las cimas de la literatura y que es de las pocas obras que han tenido una recreación en el cine a la altura de la misma. El encargado de trasladarla a la gran pantalla fue Luchino Visconti, un director de origen aristocrático que conocía bien esos ambientes selectos y supo darle una atmósfera mágica a la película  El papel de Aschenbach quedó en las manos de un sensacional Dirk Bogarde que firmó en esta película uno de sus papeles más memorables.  

Otro de los atractivos de la película es el famoso Adagietto de la quinta sinfonía de Gustav Mahler que ya ha quedado ligado a este film de manera indisoluble y con el que cerramos esta entrada.





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