lunes, 9 de enero de 2017

Henry Miller y la paz interior - El coloso de Marusi




"Pocos meses antes de estallar la guerra decidí tomarme unas largas vacaciones. (..) En Marsella me embarqué para El Pireo. Mi amigo Durrell me esperaba en Atenas para llevarme a Corfú. (...) Eran mis primeras vacaciones verdaderas en veinte años, y estaba dispuesto a que lo fueran de verdad. Todo me parecía perfecto. El tiempo ya no existía; sólo existía yo, llevado por un lento barco, dispuesto a conocer a todos los que se me presentasen, dispuesto a aceptar todo lo que viniera. Saliendo del mar, como si el mismo Homero lo hubiera arreglado para mí, las islas emergían, solitarias, desiertas, misteriosas en la luz mortecina. No podía pedir nada más, ni deseaba nada más. Tenía todo lo que el hombre puede desear, y lo sabía. Sabía también que tal vez nunca tendría un momento igual. Sentía aproximarse la guerra cada día un poco más. Sin embargo, la paz aún duraría algún tiempo y los hombres podrían seguir comportándose como seres humanos. (...)

Salía por la mañana en busca de nuevas calas y entradas en donde bañarme. Nunca encontraba alma viviente. Era como Robinson Crusoe en su isla de Tobago. Durante largas horas permanecía tumbado al sol, sin hacer nada, sin pensar en nada. Mantener la mente vacía es una proeza muy saludable. Estar en silencio todo el día, no ver ningún periódico, no oír ninguna radio, no escuchar ningún chisme, abandonarse absoluta y completamente a la pereza, estar absoluta y completamente indiferente al destino del mundo, es la más hermosa medicina que uno puede tomar. 

Poco a poco se suelta la cultura libresca; los problemas se funden y disuelven; los ligámenes se rompen; el pensamiento, cuando uno se digna a entregarse a él, se hace muy primitivo; el cuerpo se transforma en un nuevo y maravilloso instrumento; se mira a las plantas, a las piedras y a los peces con ojos diferentes; se pregunta uno a qué conducen las luchas frenéticas en que están envueltos los hombres; se sabe que hay guerra, pero no se tiene la menor idea de cuál es la causa o el por qué la gente disfruta matándose los unos a los otros;...

Cuando se está de acuerdo consigo mismo, importa poco la bandera que flota sobre nuestra cabeza, o a quien pertenezca esa u otra cosa, o que se hable inglés o monongahela.

No hay dicha más singular ni más grande que la ausencia de periódicos, la ausencia de noticias sobre lo que los hombres hacen en diferentes partes del mundo...

No necesitamos la verdad tal como nos la sirve la prensa diaria. Lo que necesitamos es paz, soledad y ocio. Si pudiéramos ir todos a la huelga y sinceramente repudiar todo interés por lo que hace nuestro vecino, tal vez lograríamos un nuevo nivel de vida. Aprenderíamos a pasar sin teléfonos, radios y periódicos, sin máquinas de todas clases, sin fábricas, sin factorías, sin minas, sin explosivos, sin acorazados, sin políticos, sin abogados, sin latas de conserva, sin esto y lo otro, incluso sin hojas de afeitar, cigarrillos o dinero. Ya sé que esto es sueño, humo y nada más. La gente sólo va a la huelga para obtener oportunidades mejores para convertirse en otra cosa de lo que es.

Lo que el hombre quiere es paz para vivir. La derrota del vecino no da la paz, como la curación del cáncer no trae la salud. La vida para el hombre no comienza con la victoria sobre el enemigo, como tampoco una interminable serie de curas es el comienzo de la salud. La alegría de vivir la da la paz, que no es estática, sino dinámica. Nadie puede vanagloriarse de saber lo que es la alegría hasta que no haya experimentado la paz.

Y sin alegría no hay vida, aunque se tengan 12 automóviles, 6 mayordomos, un castillo, una capilla privada y un refugio a prueba de bombas.

...Y respecto a asirse a Dios, Dios hace ya mucho que nos abandonó para que pudiéramos darnos cuenta de la felicidad que da conseguir lo que se desea por el propio esfuerzo."

El fragmento pertenece al libro "El coloso de Marusi" (1941) obra de Henry Miller, en la que en tono casi autobiográfico, describe un viaje realizado a Corfú para reunirse con su amigo, el también escritor, Lawrence Durrell. Yo como él también me siento agobiado por tanta información, casi siempre negativa, por tanta hiperconectividad, por tanto acelero y frenesí de la vida diaria, por tanta exigencia, por tanto consumismo innecesario, por tanta politiquiería barata. Me da que también debería perderme una temporada en algún lugar tranquilo, descansar y posiblemente leer, tumbado en algún lugar sin ruido, algo más de este escritor, del quien cada vez que se me cruza en el camino algún texto suyo se me abre el apetito de leerlo más y profundizar en su obra.

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